El
protocolo de Los Pinos exige que a la señora Angélica Rivera se le llame
Primera Dama, no La Gaviota, como se conoció su personaje en “Destilando Amor”,
la telenovela transmitida en 2007 que le dio fama mundial. Veinte millones de
televidentes se enamoraron de ella, como después Enrique Peña Nieto, con quien
se casó en 2010, cuando aún era Gobernador en el estado de México. La Gaviota
es como ella prefiere que le llamen, o simplemente Angélica, según cuenta la
dramaturga Sabina Berman en un revelador texto en la revista Vanity Fair donde
narra, a partir de una fuente anónima en la casa presidencial, lo que siente,
piensa y quiere la esposa del Presidente.
Trasluce
un sentimiento de traición y abandono, descuido y maltrato, junto con un deseo,
que se disipen las maledicencias, que olviden su paso por Los Pinos, y que
pueda regresar a la televisión.
Es
la reivindicación de La Gaviota a partir de lo que ella necesita y desea, no de
lo que la casa presidencial, con sus intereses encontrados y lealtades por
conveniencia, quiera. Angélica Rivera, el mayor activo que tenía Peña Nieto, es
vista como un lastre en Los Pinos, según deja ver el bien narrado texto de
Berman, que la describe como una mujer íntegra, que reconoce sus límites --por
ejemplo, no asumió mas que por un año el cargo honorario de la Primera Dama en
el DIF, que cedió a Laura Vargas, una de sus íntimas amigas, esposa del
Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. “Se dedicó entonces
-retomó Berman- a su familia, a sus hijas naturales, a los hijos de su marido y
al Presidente, así como a viajar con él en sus giras internacionales, y a
pasear por su cuenta, por países europeos o norteamericanos, con un séquito de
amigos o sola”.
El
texto llega a la frontera de lo permitido. Parte de esos viajes privados han
sido en aviones del Estado Mayor Presidencial que paga el erario, y otros en
naves proporcionadas por empresarios -que toca una vez más, el conflicto de
interés-. Pasea por su cuenta, apuntó Berman, sin mencionar dónde. Públicamente
se le ve de manera regular en Miami, y en Rodeo Drive, en Beverly Hills, una de
las calles más caras, por sus boutiques, en Norteamérica. Viaja a Vail,
Colorado -donde tienen casas, revela en otras páginas Vanity Fair, los cuatro
mandamases de Televisa- a esquiar. No ha sido muy discreta en viajes oficiales,
como cuando en una reciente gira a Europa, el avión presidencial tuvo que
esperar con todos a bordo mientras llegaban sus compras, o cuando en medio de
la crisis de la casa blanca en noviembre de 2014, tan pronto llegaron a
Brisbane, donde Peña Nieto iba a participar en la cumbre del G-20, ella se fue
un par de horas a divertirse al Jade Buddha Bar.
El
detalle de los apuntes de Berman es asombrosso. Escribió, por ejemplo, que
cuando el portal Aristegui Noticias publicó el domingo 9 de noviembre la
investigación del periodista Rafael Cabrera sobre la casa blanca, ella se
encontraba, a las cinco de la mañana, descansando en su dormitorio en Los
Pinos. “Al octavo día de iniciado el escándalo”, precisó Berman, “bajó por la
escalera monumental de mármol al piso de oficinas de la Casa Alemán -la
residencia presidencial-, llevando en la mano dos hojas escritas en su letra, y
entró al salón donde lo esperaban el Presidente, el Secretario de Gobernación y
un cortejo de hombres de trajes oscuros y corbatas azules y rojas. Una hora
después, cuando salió de aquella junta, llevaba en la mano otras hojas,
escritas a máquina”. Con ellas acudió a un sala donde una cámara la iba a
videograbar. “Empezó oteándolas de frase en frase al iniciar su explicación
sobre la casa blanca -continuó Berman-, pero muy pronto le estorbó su texto
árido, repleto de números y nombres propios, era probablemente el peor libreto
en la historia, un libreto que ninguna actriz del planeta hubiera podido
insuflar de emoción e intimidad”.
Berman
es explícita. La Gaviota fue obligada a leer lo que ella no pensaba ni creía,
expuesta a dar una explicación sobre una casa que, repitió insistentemente la
dramaturga, no tenía su nombre en ninguna de las escrituras. La casa blanca,
dicho así, no era de ella, pero fue sacrificada ante la opinión pública. La
idea de la videograbación fue del entonces jefe de la Oficina de la
Presidencia, Aurelio Nuño, por sugerencia del vicepresidente de Televisa,
Bernardo Gómez. La explicación oficial, con el respaldo de Televisa, era que la
propiedad era de La Gaviota y había sido pagada con utilidades de las
telenovelas transmitidas por esa empresa. “La impopularidad fue para Angélica
Rivera una novedad para la que nada la había preparado”, subrayó Berman. “Una
impopularidad, además, del tamaño del territorio patrio y del tenor pendenciero
de la disputa política”.
La
Gaviota quiere deslindarse de esta dinámica de confrontación. En esta versión
dada o autorizada por ella -se asume por los detalles-, se victimiza y muestra
la cobardía y manipulación en Los Pinos, donde en algún momento en aquellos
meses, consideraron incluso si Peña Nieto se divorciaba de ella. No,
concluyeron, porque sería más alto el costo que el beneficio. La señora Rivera
no parece estar dispuesta a exponerse a una nueva coyuntura. Como Lady Diana,
es tiempo de iniciar la reinvención de su persona. Sinceramente, nadie puede
culparla de ello.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter
@rivapa
(NOROESTE/
ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva Palacio/ 05/12/2016 | 01:00 AM)
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