Las
humillaciones, el desprecio, las críticas y los insultos en su contra debieron
haberle revoloteado en su cabeza al presidente Enrique Peña Nieto, si –como uno supondría en el inquilino de Los
Pinos–, vio el tercer debate presidencial en Estados Unidos, donde el candidato
republicano, Donald Trump habló de él como un hombre decente con quien, de
llegar a la Casa Blanca, podría trabajar muy bien. ¿Cómo? Levantando un muro en
la frontera y modificando el Tratado de Libre Comercio, dijo, subrayando el
colaboracionismo que esperaba del mexiquense, quien creyó que invitándolo a
México reinventaría su discurso. Peña Nieto quedó atrapado el miércoles en el
ping-pong electoral de una nación que, está muy claro, no entiende.
Peña
Nieto defendió hasta la ignominia la visita como la necesidad para explicarle
en persona la importancia de la relación bilateral y el daño que hacían a la
economía mexicana sus comentarios.
La
realidad es que su trato con Trump fue pusilánime y no se atrevió a
cuestionarlo por su lenguaje agresivo contra los mexicanos. Increíblemente,
Peña Nieto no tuvo conciencia del error cometido hasta que en China unos días
después, en la reunión de líderes del G-20, se encontró con el presidente de
Estados Unidos, Barack Obama.
El
peor momento en la vida pública de Peña Nieto, por el daño contra su persona y
todo un país, había pasado desa-percibido por el Presidente hasta que en
Hangzhou, la sede de la cumbre, dos días después, vio a Obama.
La
oficina de prensa de Los Pinos difundió la fotografía en donde se están
saludando con el propósito de minimizar en México la catástrofe política y
mostrar que la relación no se había dañado. La verdad era distinta. Peña Nieto
se le acercó a Obama y le pidió unos minutos para hablar a solas, dijo una
persona que conoce los detalles. Obama le respondió que después, no en ese
momento, y se volteó a saludar a otros líderes.
Peña
Nieto pudo conversar finalmente con Obama gracias a que Xi Jinping, el
Presidente chino y anfitrión de la cumbre, dispuso que se sentaran juntos en la
cena. Qué pudo explicarle Peña Nieto a Obama es algo que sólo ellos saben, pero
en otro salón, la secretaria de Relaciones Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, se
cruzó con Susan Rice, la consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, a
quien le escuchó reclamos que nunca, ni en el peor escenario, se habían
imaginado en el Gabinete peñista que iban a escuchar.
Cometieron
una locura, le dijo Rice a Ruiz Massieu, según personas que conocen la
pesadilla mexicana en Hangzhou. Todos en Washington –republicanos y
demócratas–, están muy molestos con ustedes, continuó Rice, y no sólo ahí, sino
en el mundo.
La
airada queja de quien todas las mañanas actualiza a Obama sobre qué sucedió en
el mundo mientras dormía y cuáles son los riesgos inmediatos, fue más allá.
Rice le dijo a Ruiz Massieu que también se habían colocado en el centro de la
crítica del mundo, donde había una enorme preocupación ante la posibilidad de
que Trump llegara a la Presidencia. Se tiene que ir, le dijo ominosamente, a
quien le haya aconsejado a Peña Nieto invitarlo.
En
este espacio se reveló desde el primer momento que el autor intelectual de la
visita fue el entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray.
Pero
no fue en agosto, como originalmente se apuntó, sino desde la primavera, cuando
un inversionista amigo de Trump con intereses en México le sugirió que sería
importante que hablara con Peña Nieto porque había afirmaciones que decía que
no eran ciertas. Por tanto, la tesis de que había que explicarle a Trump la
importancia de la relación, no nació en México, sino en Nueva York. El
inversionista, que conocía bien a Videgaray, sugirió que comenzaran a platicar
con él para ir armando un encuentro.
Videgaray
lo consultó con Peña Nieto, quien le autorizó concretar la visita. En uno de
sus viajes a Nueva York –no se tiene la fecha– Videgaray habló en un hotel con
Ivanka Trump, la hija del candidato, y Jed Kushner, su esposo.
No
fue una idea de Peña Nieto establecer contacto con Trump y la demócrata Hillary
Clinton, sino que se trabajó para construir únicamente el viaje del republicano
y, una vez acordado, se enviaron cartas a cada uno días antes de la visita para
guardar las formas.
La
canciller Ruiz Massieu estuvo al margen de todo este proceso de negociación y
cuando se enteró, lo único que faltaba era establecer la fecha de la visita.
Tampoco se informó al Departamento de Estado, ni a la campaña de Clinton. Tras
la visita, el enlace en México con la campaña, la embajadora Roberta Jacobson,
se cerró. En el vuelo de regreso de China, como se reportó en este espacio,
Peña Nieto confió a sus cercanos: “Creo que sí la cagamos”. Videgaray se tenía
que ir.
Para
controlar los daños, Ruiz Massieu encargó al embajador en la Casa Blanca,
Carlos Sada, y al subsecretario de Asuntos Multilaterales, Miguel Ruiz Cabañas,
buscar una cita con Clinton en el marco de la Asamblea General de la ONU, pero
quien querían como conducto, el expresidente Bill Clinton, los evadió.
El
costo estaba claro y continúa regresando a Peña Nieto, como este miércoles en
Las Vegas, cuando Clinton y Trump volvieron a mostrar el tamaño del error
cometido.
(ZOCALO/ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 24 DE OCTUBRE 2016)
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