El anuncio de un cambio en el
formato del mensaje presidencial a propósito del Cuarto Informe de Gobierno ha
sido tan disruptivo, que no alcanza aún la polarización que vive la opinión
pública. Una reunión con 300 jóvenes que interactuarán con el Presidente
Enrique Peña Nieto en un ambiente donde podrán comentar, discutir o incluso
cuestionar sus políticas y acciones, no ha terminado de ser procesado como la
herramienta que reemplace décadas de rituales de una cultura política
inamovible. ¿Tendrá éxito? ¿Fracasará? Ya lo veremos el próximo jueves. Lo
paradigmático es que el ejercicio sepulta definitivamente el modelo de las
élites para las élites, y revoluciona, con el final de sus rituales, un
obsoleto modelo de comunicación política.
El primero de los ritos idos
fue la instauración del 1 de septiembre, como el día del Presidente, donde todo
giraba en torno a él, antes, durante y después de esa jornada. Era un ritual
que primero significó la estabilidad del régimen emanado de la Revolución
Mexicana, personalista y centralista, en el cual todo el sistema de
organización social giraba en torno a él. Este modelo evolucionó a un estilo
rococó llevado al absurdo con las transmisiones de televisión en cadena
nacional, con sus mejores conductores y sus estrellas emergentes entrevistando
desde las primeras horas de la mañana en Los Pinos a la familia presidencial
para preguntarle el menú de su desayuno. Ese momento era, quizás, la mejor
metáfora del México autoritario.
La vida mexicana se paraba
totalmente porque el tiempo le pertenecía al Tlatoani posrevolucionario, y
había escuelas primarias que obligaban a sus alumnos a ver en vivo –desde los
60- la transmisión por televisión. Los terremotos de 1985 coincidieron en ese
año con el cambio de modelo económico del gobierno y el comienzo de la apertura
económica, con lo que coincidieron dos fenómenos de quiebre: el despertar de
una sociedad civil, y el principio del colapso del sistema político del
régimen, sustentado en el corporativismo y el clientelismo. El último informe
de gobierno de Miguel de la Madrid, en 1988, fue un parteaguas para aquel
sistema que se empezaba a romper.
La elección presidencial de
Carlos Salinas estuvo plagada de múltiples denuncias de fraude, por lo que
desde que se colocó De la Madrid en la máxima tribuna pública de la Nación, los
legisladores comenzaron a gritarle. Cuando habló de las elecciones, Jorge
Martínez Almaraz primero, y Porfirio Muñoz Ledo después, que habían ganado un
espacio parlamentario con el Frente Democrático Nacional, placenta del PRD, lo
interpelaron. Nunca antes había habido una afrenta política a un Presidente
posrevolucionario desde el ámbito institucional. Los siguientes informes
concurrieron con un día del Presidente más maltrecho, pero aún vigente, e
interpelaciones que llegaron a lo grotesco, como en el Tercer Informe de
Ernesto Zedillo, cuando el Diputado perredista Marcos Rascón, se presentó con
una máscara de cerdo. A Vicente Fox no lo dejaron rendir su ultimo informe en
San Lázaro en 2006, y Felipe Calderón y Peña Nieto serían los que nunca pisaron
el Congreso para tal fin.
Calderón y Peña Nieto lo
resolvieron de otra forma: un mensaje político en Los Pinos o Palacio Nacional,
ante varios cientos de invitados especiales de la sociedad política, la
empresarial, el cuerpo diplomático, las Fuerzas Armadas, los dueños de los
medios de comunicación y algunos invitados especiales. Esos eventos
sustituyeron lo que era la parte más esperada de los informes presidenciales,
el mensaje político, pero lo que más dolores de cabeza provocaba en la
logística presidencial, era cómo iban a sentar a los invitados para que no
hubiera reclamaciones. Esos eventos se volvieron en el espacio para ser visto,
para reflejar acceso al poder, para estar con los que cuentan, en la vieja
lógica del autoritarismo mexicano que tampoco por esa vía se pudo desterrar sino,
por el contrario, se fortaleció como si evocación porfiriana.
Tres informes de gobierno
bastaron a Peña Nieto para poner un alto a ese viejo ritual. El antecedente
inmediato para esta nueva modalidad fue el Encuentro con cibernautas en el Día
Mundial de Internet en mayo pasado, donde los resultados fueron positivos para
el Presidente tras las declaraciones de algunos de los participantes,
caracterizados por su beligerancia en las redes sociales, que no habían tenido
problema alguno para preguntar lo que quisieran. Aquella reunión fue
transmitida por YouTube y Facebook, por lo durante las consideraciones en Los
Pinos sobre cómo abordar el Cuarto Informe, la propuesta de la responsable de
estrategia digital en el gobierno, Alejandra Lagunes, se impuso.
Detrás del nuevo formato no
sólo hay una disrupción e innovación. También hay una crítica a la comunicación
y a la forma de hacer política. La racional en Los Pinos para caminar por el
nuevo formato establece: “Esta nueva idea se deriva de la desconfianza que
tienen, principalmente, los jóvenes hacia los medios de comunicación y hacia
las redes sociales, con la percepción de que esos espacios están plagados de
información poco veraz y sin sustento”. Es decir, ante el reconocimiento de la
crisis del modelo de comunicación vertical, la búsqueda es por la comunicación
horizontal. Se dice fácil, pero es un cambio radical a la cultura política
mexicana, rígida y de élites. Va más allá del fin de los rituales. Es el fin de
un modelo de comunicación política que se colapsó ante nuestros ojos y no lo
terminamos de ver. Es también la ventana al México del momento.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
Raymundo Riva Palacio/ 29/08/2016 | 06:52 PM)
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