El 9 de julio, esas cuatro niñas, de
entre ocho y 12 años de edad, fueron asesinadas
Una ilustración reproduce el asesinato
del bebé Marcos Miguel Pano Colón en las redes sociales.
Galilea García Amaya no
experimentará la vida adulta. Tampoco su hermana Mariana ni sus primas María y
Estefanía Guadalupe.
El 9 de julio, esas cuatro
niñas, de entre ocho y 12 años de edad, fueron asesinadas, junto con otros
siete integrantes de su familia, por una banda de malnacidos en Ciudad
Victoria, Tamaulipas. Menos de una hora después, otra menor de edad fue
ejecutada, a la par de dos adultos, en una vivienda de la capital tamaulipeca.
La matazón de Victoria no se
detuvo allí. El jueves pasado, una familia de cinco miembros fue acribillada en
su casa. Entre las víctimas, se contaban tres niños, uno de los cuales era un
bebé de apenas un mes de vida.
¿Qué hay detrás de esta
aterradora sangría? Una guerra entre dos bandas criminales por el control de la
plaza.
Uno de los bandos en disputa
se autodenomina Zetas Vieja Escuela (o Grupo Bravo). El otro se hace llamar el
Cártel del Noreste (CDN). Ambos grupos son producto de la fragmentación
experimentada por Los Zetas tras la detención o muerte de la mayoría de sus
líderes.
La batalla inició en los
meses tempranos de 2016 y ha provocado una dramática espiral de violencia en la
capital de Tamaulipas. En los primeros cinco meses del año, se registraron 59
homicidios con arma de fuego, 19 veces más que en el mismo periodo de 2015. Y
eso fue antes de que decidieran masacrar a familias enteras.
¿Por qué la saña? ¿Por qué
cargarla contra familias, contra inocentes, contra niños? Porque las
expresiones públicas de brutalidad son prácticas de eficacia probada para las
bandas criminales: inhiben a los rivales, intimidan a la población y ayudan a
preservar la disciplina interna. Y por lo regular no acarrean costos o riesgos
adicionales.
FAMILIA ASESINADA
¿Los victimarios enfrentan
algún riesgo excepcional por haber ultimado a un bebé o haber masacrado a
cuatro niñas? Probablemente no. ¿Las autoridades van a dedicar recursos
extraordinarios para capturar a los responsables? ¿Se dispondrá algún operativo
especial para detener y procesar a los maleantes? Salvo que me contradigan las
autoridades, yo diría que no y no. ¿Entonces, en términos de riesgo, da lo
mismo matar a un sicario adulto en un enfrentamiento que liquidar a mansalva a
una familia entera, niños incluidos? Eso parece. ¿Y eso lo saben los
delincuentes? Con toda seguridad. Luego entonces, ¿van a seguir matando niños?
Muy probablemente.
¿Y qué se puede hacer para
detenerlo? Pintar una raya en la arena. Si los gobiernos (federal, estatal y
municipal) mandan un mensaje claro, explícito y reiterado de que se la dará un
trato prioritario a este tipo de homicidios y que eso incluye no sólo dedicar
más recursos a la investigación, sino también aplicar una sanción colectiva a
la organización que cometa el ultraje (cerrándole narcotienditas o giros
negros, por ejemplo), tal vez los delincuentes dejen de hacer esas
barbaridades. Y si no, pues no: van a seguir por el camino de la salvajada.
EN OTRAS COSAS. En estos
días, tendremos nuevos datos sobre la escalada de violencia en el país. El
miércoles, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública
(SESNSP) dará a conocer las cifras de incidencia delictiva correspondientes al
mes de junio. Esperen un número de víctimas de homicidio doloso similar al de
mayo (1891). Asimismo, Inegi publicará en fecha cercana sus cifras preliminares
sobre homicidios, correspondientes a 2015. Y con eso se confirmará lo que todo
mundo sabe, salvo algunos funcionarios en Bucareli y Los Pinos: la violencia
homicida dejó de caer hace un buen rato Los mataniños de Ciudad Victoria.
(EL DEBATE/ Alejandro Hope/ 18 DE JULIO
2016)
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