jueves, 23 de mayo de 2013

DESAPARECIDOS: LAS CIFRAS NEGRAS


Durante todo el 2011, al menos una persona desapareció cada día en Sinaloa. Los últimos seis años se registraron mil 300 desaparecidos en la entidad, de acuerdo con estadísticas del Sistema de Registro Nacional de Personas Extraviadas y Desaparecidas (Sirenped) de la Secretaría de Gobernación federal.

De 2006 a 2009 se denunciaron alrededor de 550 desapariciones forzadas, en 2010 se documentaron 300 y en 2011 la cifra casi alcanzó las 400.

Con estos números, el estado se ubica en el sexto lugar a nivel nacional con más habitantes desaparecidos, luego del Distrito Federal, Estado de México, Tamaulipas, Jalisco y Guanajuato. 

La cantidad se dispara si tomamos en cuenta que existen personas levantadas de las que no se sabe su paradero y que no se reportan ante las autoridades. 

Al menos existen 50 casos así —señala Leonel Aguirre Meza, presidente de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos en Sinaloa (CDDHS). 

¿El motivo? Los familiares de las víctimas asimilan que están desaparecidos porque “andaban mal”, por eso no denuncian y la autoridad encantada porque significa menos chamba para ellos.

En Sinaloa, las denuncias por desapariciones forzadas involucran a particulares con complicidad o encubrimiento de las corporaciones policiacas estatales. Y la percepción ciudadana de la colaboración entre las fuerzas de seguridad estatales y los cárteles crece, cuando en lugar de verse avances en la materia, las investigaciones se estancan. Y se buscan pretextos para no actuar.

Estos grupos actúan con tanta facilidad, dice Aguirre Meza, que pareciera que tienen la venia o colaboración del Estado. La mayoría de los casos son acciones de venganza de un cártel contra otro, aunque en algunos casos negocian entre ellos la entrega de rehenes.

—Las autoridades han negado su participación en las desapariciones forzadas, pero en cambio, aceptan que hay operativos con patrullas clonadas…

—Hemos conocido operativos de cárteles en los que las supuestas patrullas cubren calles enteras, en los que participan hasta 50 personas con uniformes clonados, y en donde permanecen durante largo tiempo en un lugar y se han llevado a personas que después no aparecen. La autoridad tiene el tiempo suficiente para montar un operativo y actuar, pero no lo hace.

Entrevistado por Ríodoce, Leonel Aguirre argumenta que hasta ahora no han sido las autoridades estatales, sino las organizaciones civiles, quienes están atendiendo el problema de las desapariciones forzadas en el Estado.

El defensor de los Derechos Humanos explica que en el Código Penal Federal la privación ilegal de la libertad es ejecutada por civiles, mientras que la desaparición forzada es cometida por las autoridades. 

 Uno de los problemas, añade, es que la Agencia Especializada en Desapariciones Forzadas le da un sesgo de secuestro o privación ilegal de la libertad. 

Por eso cuando una persona denuncia la desaparición de un familiar, le dicen que tiene que regresar hasta el tercer día para poder determinar en qué modalidad encuadra, lo que implica perder mucho tiempo”.

Sin embargo, el entrevistado indica que “los lineamientos de tratados internacionales y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos obliga a las autoridades a tratar estos casos, puesto que para ellos, la desaparición forzada de una persona se reconoce por la privación de la libertad, seguida del desconocimiento de su paradero, que puede ser cometida por agentes del Estado o por particulares que actúan con consentimiento de agentes del Estado”.

La base de datos de Gobernación arroja que de las personas desaparecidas en Sinaloa, 252 son mujeres y mil 40 hombres, quienes representan el 4.98 por ciento del total de desaparecidos en todo México.

En las estadísticas se observa que Culiacán es el municipio que registró el mayor número de desaparecidos con 607, cifra que representa el 46.65 por ciento de toda la entidad, seguido de Mazatlán con 297, Ahome con 66, Navolato con 44, Guasave con 39, Salvador Alvarado con 37, Escuinapa con 35, Elota con 30, Angostura con 27 y el municipio de Sinaloa con 21.

En San Ignacio desaparecieron 19 personas, en Mocorito 17, en Rosario 15, en Concordia 12, en Cosalá nueve, en El Fuerte ocho, en Badiraguato y Choix cuatro en cada localidad, y de los diez restantes no se especificó el municipio donde se dio la desaparición.
La lista —que contiene 26 mil 121 registros de desaparecidos entre 2006 y 2012—, especifica que en mil 252 de los casos de Sinaloa se inició una averiguación previa, en 15 se levantó un acta circunstancial y en 34 no se especificó el tipo de denuncia.

El pasado cinco de marzo, el gobernador Mario López Valdez dijo textualmente: “Se que hay una lista de desaparecidos, que hay madres afligidas y familias sin algunos de sus miembros” y agregó que su gobierno está trabajando para encontrarlos. Pero no se ha pasado de la declaración a la acción.

“Esto, dijo Leonel Aguirre, demuestra la poca preocupación que tiene la autoridad en materia de enfrentar este fenómeno”.

Por etapas

La CDDHS ha dado seguimiento a los desaparecidos de Sinaloa desde hace 40 años. Los ha catalogado en tres etapas. De acuerdo con estadísticas del organismo, la primera y segunda clasificación es en la década de los setenta, cuando se registraron 42 desaparecidos por la represión política y durante la llamada Operación Cóndor, “cuando se cometieron tantas atrocidades que no se tiene una estadística real de las personas desaparecidas debido a tantos excesos, aunque se documentaron alrededor de 70, generalmente gente de la sierra, informa el activista.

La tercera etapa es la actual, cuando se declara la guerra al narcotráfico, en la cual se han documentado mil 300 desaparecidos, en la modalidad de que aquí son particulares y no las organizaciones del Estado, quienes cometen la desaparición forzada.

Aguirre Meza dijo que permanece en el congelador del Congreso del Estado una iniciativa de ley enviada por la CDDHS desde diciembre de 2011, a fin de proteger a las víctimas e inhibir este delito. La propuesta incluye sanciones que van hasta los diez años de cárcel a la autoridad que proteja o interrumpa los procesos de investigación de las desapariciones forzadas.

No están todos los que son

Un reciente informe de Human Rights Watch (HRW) titulado Los desaparecidos de México, documenta “249 desapariciones desde 2006, de las cuales 149 habrían contado con la intervención de las fuerzas de seguridad. Detalla la participación en 20 casos de agentes de la Marina, en 13 de la Policía Federal y en 95, de los agentes locales. En el caso de la Marina, el documento acredita que hay un patrón que se repite en todas las intervenciones, un modus operandi que deja entrever que las autoridades superiores estaban al tanto de la situación”.

“El estudio, que, además de las desapariciones forzadas, denuncia el maltrato a las familias de los desaparecidos y el escaso o nulo interés de las autoridades locales y federales por resolver los casos, pone en el punto de mira a la anterior administración, pero reta al nuevo Gobierno de Enrique Peña Nieto a meterse en un pozo que esconde miles de nombres”.

Sin embargo, la organización internacional informa que la lista de desaparecidos de la Secretaría de Gobernación dejó fuera al menos a 86 presuntas víctimas de autoridades, entre las que están 57 personas presuntamente raptadas por agentes municipales y ministeriales, 14 presuntas víctimas del Ejército, ocho de la Marina y cinco de la Policía Federal.

HRW destaca que en la lista de Gobernación tampoco pueden hallarse 45 casos más de víctimas de desaparición forzada o involuntaria de algunos activistas, profesionistas o periodistas y otros 27 casos documentados en los que no se presume la participación de las fuerzas de seguridad.

La respuesta federal

Por su parte el presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Raúl Plascencia Villanueva, dijo que en los últimos años la Comisión ha constatado 30 casos de desapariciones forzadas con intervención de las fuerzas de seguridad y opina que cada una de estas debe resolverse de manera independiente. “Parece que existe la responsabilidad directa de algunos servidores públicos, pero no me atrevería a hacer señalamientos más generales”.

Sergio Aguayo, profesor del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México, declaró que “estamos ante un gravísimo caso de violación de los derechos humanos. Creo que hay elementos para abrir una investigación judicial sobre Calderón y sus altos funcionarios”, añade.

La respuesta oficial vino del titular de la Procuraduría General de la República, Jesús Murillo Karam y del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, quienes se comprometieron a buscar a los desaparecidos a través de la creación de una comisión especial para la búsqueda de personas desaparecidas, en la que participarán varias instituciones.

En términos del artículo 3, fracciones III y IV, del mismo ordenamiento, se entiende por persona desaparecida aquella “que, con base en información fidedigna de familiares, personas cercanas o vinculadas a ella, la hayan dado por desaparecida de conformidad con el derecho interno, lo cual puede estar relacionado con un conflicto armado internacional o no internacional, una situación de violencia o disturbios de carácter interno, una catástrofe natural o cualquier situación que pudiera requerir la intervención de una autoridad pública competente”.

Durante el mandato del presidente Felipe Calderón, del 1 de diciembre de 2006 al 30 de noviembre de 2012, el mandatario lanzó una estrategia frontal contra el crimen organizado, cuyo balance es de unos 70 mil muertos y alrededor de 27 mil desaparecidos, según datos del nuevo gobierno.


Fosas clandestinas. Crímenes bajo tierra.De la autoridad, sordera, negligencia, complicidad

La búsqueda inútil

Judith Valenzuela
Sandra camina por las estrechas veredas enmontadas buscando un indicio. La acompañan doce agentes ministeriales que peinan la zona. Entre los matorrales de huizaches, remueve la tierra tapizada de hojas secas que forman una interminable alfombra ruidosa. Al pie de ese cerro, entre los mezquites, le indicaron que podía encontrarlo. ¿Quiere saber dónde está su hijo? —le dijo por teléfono la voz de un hombre joven. Vaya por la salida a Mazatlán, frente a Las Coloradas, ai a la derecha, al pie del cerro está su hijo, está muerto. No, él está vivo —le respondió Sandra. Y el hombre colgó.

Aunque se niega a aceptar la afirmación de la llamada anónima, está ahí, en un recorrido que inició poco después de las siete de la mañana. 

 La comitiva policiaca se esparce en un radio de doscientos metros y buscan señales entre los terrones calientes y agrietados: alguna pequeña hondura de tierra suelta que advierta una fosa clandestina, un zapato, prendas de vestir, casquillos. Pero nada encuentran. 

Dos horas ya. El sol empieza a quemar. Los uniformados se desesperan: “A ver señora, qué le dijeron exactamente”, y ella repite que enfrente de Las Coloradas, entre el canal y el vivero de los militares.

—Eso abarca un tramo muy grande señora… ¿Alguna otra seña que le hayan dado?

—Pues no, nada más me dijeron eso y colgaron.

Sandra busca a su hijo Édgar, desaparecido hace poco más de un año. Desde entonces se ha convertido en una piedra en el zapato del procurador Marco Antonio Higuera. Muchos policías, secretarias y agentes del Ministerio Público la conocen por su ir y venir en audiencias, en plantones, portando pancartas, publicando cartas en los periódicos, pidiendo justicia… Es una voz gritando en despoblado, porque las autoridades no ven ni escuchan.

Édgar, de 24 años de edad, trabajó en la oficina del procurador hasta su desaparición, el 12 de febrero del año pasado. Al filo de las nueve de la noche balearon su casa en la colonia Progreso. Y desde entonces no lo encuentran. Los periódicos dedicaron al hecho una breve nota. Al otro día sus hermanos se fueron de la ciudad por miedo.

Minutos antes había estado en casa de sus padres en un convivio familiar. Cuenta Sandra: “Yo lo noté intranquilo, desesperado, estuvo con su bebé, abrazándolo, no quiso cenar, no mamá, me dijo, me voy a la casa, mejor acomódeme cena para tres. Y le empaqué ceviche y mojarras que había hecho. Pero le hablaron por teléfono y pasaron por él en una camioneta, ni siquiera se llevó la comida… Yo inmediatamente le marqué y ya no me contestó el teléfono.

Como a la media hora hablaron para decirnos que habían baleado su casa. Fue una sorpresa tan grande, algo tan tremendo lo que sentí… Mi esposo y mis otros hijos se fueron para allá pero los policías ministeriales tenían la casa cerrada y acordonada. Uno de mis hijos quiso entrar porque pensaba que lo habían matado ahí adentro.

—No entres, le ordenaron los policías, la casa está sola, se lo llevaron…

Marqué mucho a su celular, investigué los números que tenía registrados en su teléfono y llamé, uno por uno. Había uno que constantemente aparecía. Ahí llamé y le rogué a la persona al otro lado de la línea: por favor, tu sabes dónde está mi hijo, dime te lo suplico, yo no voy a hacer nada ni decir nada, mándame un mensaje si quieres, pero dime donde está”.

—Ni me conoces ni te conozco —le dijeron y colgaron. Desde entonces ya nadie contestó.

A Sandra le asaltan las dudas: “Mi hijo anduvo en la campaña de Malova y entró a trabajar a la Procuraduría, pero a pesar de ser empleado administrativo cercano al procurador, el señor niega haberlo conocido. Cuando mi esposo y yo fuimos a hablar con él, un día después de que se lo llevaron, lo que dijo fue que no lo conocía, que con tanto empleado que hay ahí, y también me dijo que mi problema no era igual que el de las otras madres con hijos desaparecidos.

¿Sabía usted que su hijo andaba cambiando dólares en cantidades grandes? —me preguntó.

Yo le respondí que no ¿Pero qué me quiere decir? ¿Que mi hijo es un delincuente? ¿Que por eso se lo llevaron? ¿Que por eso no van a investigar lo que le pasó? Pues no sé, quizás hizo algo mal, pero quiero decirle que así sea el peor delincuente del mundo tengo todo el derecho de buscarlo, quizás se equivocó, hizo algo indebido, pero si así fuera, debió de haber pagado de otra manera, para eso están las leyes, pero así no. Y todavía no lo entiendo, murmura, lo que me he dado cuenta es que mafia y Gobierno van de la mano”.

Sandra ha escrito cartas en los periódicos rogando compasión a quienes se llevaron a Édgar. Si mi hijo cometió un error, dice, les pido perdón en su nombre, pero díganme por favor dónde está. Y ando con ese dolor de no saber, muriéndome de angustia, si me lo mataron díganme dónde está.

Puertas cerradas

Hace un mes, Sandra y familiares de otros tres jóvenes desaparecidos se plantaron frente al Palacio de Gobierno. Pidieron audiencia con el gobernador. Bajó el secretario del director de Gobierno, quien trató de persuadir.
  
—Lo que queremos es pedirle que nos ayude a investigar donde están nuestros hijos —le dijeron.

—¿Pero ustedes ya leyeron el expediente?

—Leer el expediente no nos sirve de nada, lo que queremos son respuestas —le contestaron.

“Fue un viernes y nos dijo que para el miércoles nos acompañaría a hablar con el procurador y después nos pasaría con el gobernador. Nada ha pasado. Son puros pretextos. No le dan la importancia a los desaparecidos. No hacen nada, no investigan.

“Luego supimos que venía el presidente Peña Nieto y nos fuimos al Campo Patricia. Iba con otros familiares de muchachos desaparecidos. Llevábamos cartulinas y una manta que nos quitaron en la entrada. Alcanzamos a darle un escrito al presidente, en donde le digo que aquí en Sinaloa le dan más importancia a proyectos de obras, que a las desapariciones.

“Ahí me topé con Malova, quien iba junto al presidente, y le dije: Usted no me ha querido atender. Y me contesta: Hoy le van a hablar y es hora que sigo esperando la llamada. De donde sí me hablaron fue de México, me marcaron luego de tres días de la gira del presidente y me dijeron que le iban a dar seguimiento a mi caso y que les diera otros datos. ¿Y el gobierno de Malova? Bien gracias.

En su peregrinar por las oficinas judiciales se encontró con Alma Rosa, quien busca desde hace tres años a su hermano desaparecido. Ha indagado y visto cadáveres en los servicios médicos forenses (semefos) de Culiacán, Mazatlán y Los Mochis. Hasta que un día dijeron haberlo encontrado. Para cuando llegó, ya lo habían echado a la fosa común. Y sigue en la incertidumbre de no saber de él.

Fueron policías

Ramón Alberto, de 20 años, desapareció hace nueve meses. Estaba a punto de entrar a estudiar la carrera de Computación en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Trabajaba desde hacía tres meses en una empresa de envases en la que su papá acababa de pensionarse, luego de 28 años de servicio. A media semana, alrededor de las diez de la mañana, policías ministeriales con pasamontañas fueron por él a la empresa. Supuestamente llevaban una orden de detención.

Don Guadalupe Jiménez es el padre del muchacho. Lleva un escapulario de la Virgen de Guadalupe en el cuello. Su mirada es triste y esperanzada cuando habla: “A él le gustaba mucho la computación, ya había terminado la prepa, iba a entrar a la universidad, a eso de computación, por eso hicimos el esfuerzo y le compramos un carrito para que cuando llegara de la escuela se fuera luego luego a trabajar… Él era muy tranquilo, muy de casa, casi ni amigos tenía… En la empresa le dieron permiso de trabajar por las tardes, lo ayudaron mucho. Cuando los policías llegaron por él lo acusaron de secuestro, de robo de carros, de muchas cosas más, se lo llevaron y ya no supimos de él. Hay algo raro porque en la fábrica cuentan que uno de los policías se quitó el pasamontañas y platicó con él junto a la caseta de entrada. Hay cámaras que registraron los movimientos y los videos se los entregaron a la propia Ministerial.

“Cuando nos enteramos nos arrancamos a la Ministerial y nos dijeron que no habían salido ningunas patrullas para ese lugar, que no había ningún operativo ni denuncias ni orden de aprehensión contra mi hijo. Como al tercer día llegó una llamada a la casa que lo fuéramos a buscar en el cruce de los tres ríos, que ahí estaba tirado y fuimos, pero nada… Luego la Ministerial llegó a la casa y dijeron que ellos también habían recibido la llamada. No sé, a lo mejor querían darse cuenta quiénes éramos nosotros, puros pelados somos, no tenemos nada…

—Usted vio los videos de ese día?

—Creen que uno es tonto… nomás nos enseñaron uno en donde se ve que los policías se llevan el carrito que le acabábamos de comprar.
 
—¿En qué van las investigaciones?

—En nada, nada ha pasado, hemos ido con el procurador pero nunca está…

Mira con los ojos fijos, vidriosos. Acaricia el escapulario: “¿Que si tengo esperanza de encontrarlo vivo? Sí, aunque por dentro me esté muriendo, el tiempo que tenga de vida lo voy a esperar…”.

El 31 de enero pasado, según testigos de los hechos, policías municipales de Ahome levantaron y desaparecieron a los jóvenes Irving Jared Blanco, de 21 años, estudiante de la carrera de sistemas computacionales en la Universidad de Occidente y trabajador de la funeraria Guadalupana; Efrén Ulises Valenzuela, de 22 años, quien tenía poco tiempo de haber llegado de Los Cabos, Baja California, y Luis Carlos Acosta, de 23, quien se dedica a la compraventa de fierro viejo.

La desaparición forzada de los tres muchachos, vecinos de Juan José Ríos, ocurrió alrededor de las diez de la noche sobre la carretera México 15 y bulevar Macario Gaxiola, a la altura del fraccionamiento Mallorca. Iban a bordo de un Neón blanco del 95. 

Se detuvieron a la orilla de la carretera. Un cuarto acompañante se bajó a orinar cuando vio, como a unos 30 metros de distancia, que elementos de la Policía Municipal los revisaron, arrestaron y se los llevaron. 

El único testigo compareció para dar su versión de los hechos. Ahora, el fiscal estatal Marco Antonio Higuera dice que esa declaración es falsa, que venga de nuevo a declarar.

Los familiares los buscaron en la Policía Municipal y en todas las corporaciones de seguridad pública pero nadie les dio razón. No había registro de ellos. Interpusieron denuncia pero el caso no avanza y los jóvenes no aparecen. 

Sus familiares y amigos también han marchado por las calles de Culiacán y se han plantado con pancartas frente a la Procuraduría, para poder ser escuchados por las autoridades. 

Hasta ahora, lo único que han obtenido es la declaración del fiscal estatal Marco Antonio Higuera, que asegura que la declaración del testigo es falsa. Que comparezca de nuevo.

Sandra, Alma Rosa y Guadalupe se aferran, para no extraviarse, a su creencia de volver a ver a sus familiares desaparecidos. Están dispuestos a todo. Rebuscarlos, con o sin ayuda de las autoridades, entre las veredas que no llevan a ningún lado, en el cruce de los ríos o en las orillas de los canales, en los semefos o en las fosas clandestinas que se descubran en medio de la tierra suelta y polvorosa de algún terreno solitario y agreste. Mientras haya vida…

Días amargos
— El 13 de abril de 2011 se encontraron ocho fosas clandestinas en el municipio de Ahome, en las que había 13 cuerpos, todos en estado de descomposición ya que por lo menos tenían entre cinco a seis meses de enterrados. Según la Procuraduría General de Justicia del Estado, todos los cuerpos tenían el tiro de gracia en la cabeza.

— El 30 de abril pasado, cuatro jóvenes menores de 25 años que habían sido privados de su libertad en Chinitos, Angostura, fueron localizados asesinados a balazos cerca del poblado El Batallón de los Montoya, perteneciente al municipio de Salvador Alvarado.

— El 2 de diciembre pasado se reportó la desaparición de un matrimonio en Juan José Ríos. Silvia Karina Vega Quiñónez, de 30 años, y su esposo Maximiliano Mendoza Jiménez, de 46, ambos de oficio jornaleros, salieron de su domicilio hacia su lugar de trabajo y hasta la fecha se desconoce su paradero.

— Dos días después, Martín Adrián Zúñiga Montiel y Juan Carlos Urquídez Orduño, de 17 y 18 años, respectivamente, estudiantes del Cobaes de Juan José Ríos, salieron juntos de San Blas, El Fuerte, con rumbo a Juan José Ríos y ya no supieron más de ellos.

— El 23 de diciembre pasado, dos jóvenes más en Guasave. Noé Rodríguez Aguirre, de 21 años, y Carlos Eduardo Alduanda Camacho, de 16, con domicilios en el fraccionamiento Valle Bonito, desaparecieron cuando se dirigían a un antro.

— También en Guasave, el 28 de ese mismo mes desapareció Gilberto Rafael Ceballos Robledo, de 15 años, quien salió de su vivienda alrededor de las 15:30 horas y ya no regresó. Y el 4 de enero se reportó como desaparecida la joven Tania Gabriela González Gortari, de 20 años, quien salió de su domicilio hacia su trabajo en un centro comercial y ya no se supo más de ella.

— El 5 de marzo pasado, la Policía Ministerial Estatal informó que seis policías de diversas corporaciones estatales se encuentran desaparecidos.


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